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La guerra de Vietnam llega a Cuba en fotografías, desde las “entrañas del monstruo”
18October
Artículos

La guerra de Vietnam llega a Cuba en fotografías, desde las “entrañas del monstruo”

Sección a cargo de José Veigas

 

Verano de 1972. Antes de Chile, yo había decidido ver Cuba, la Revolución. La guerra ardía en Vietnam. Donde trabajaba (en la Universidad de California, en Santa Bárbara) me uní a la oposición contra la guerra. Encontré muchos carteles, posters que me atrajeron como historiador del arte gráfico y las caricaturas, y monté una exposición añadiendo diseños relacionados con la nueva cultura de la década de 1960. La exhibición se realizó en la galería de arte de la universidad y fue un éxito. Viajé a Nueva York y a Europa. Posteriormente perdí mi empleo como profesor en la universidad, con la selecta compañía, quiero resaltarla, de dos distinguidos profesores: Linus Pauling, merecedor en dos ocasiones del Premio Nobel por la Paz y la Química, y el sociólogo Maurice Zeitlin, quien había entrevistado al Che Guevara... Entonces contacté a Zeitlin y me dijo “solo llama a mis amigos en Cuba y ve”.

No es tan fácil: Hay un embargo, yo no hablo español y llego a la conclusión de que mi entrada en la Revolución latinoamericana debería ser a través de la revolución más joven y accesible, aunque geográficamente más lejana, en Chile. Nosotros (la escritora Deena Metzger y yo) llegamos a Santiago durante el verano de 1972, con una exposición compuesta por un centenar de posters, que gustaron mucho al entonces director del Palacio de Bellas Artes, Nemesio Antuñez, quien inmediatamente los ubicó. Este fue un acto de sorprendente espontaneidad, igual que la propia revolución chilena. (Colecciono ávidamente posters chilenos pro-Allende.) Fue entonces cuando el agregado cultural en Santiago, Lisandro Otero vio la exhibición y nos invita a presentarla en Cuba al año siguiente. Nosotros dejamos los posters a cargo del Instituto de Arte Latinoamericano para que Otero los regresara en uno de sus frecuentes viajes; eso fue considerado un error grave. Me echaron de la universidad (ilegalmente porque la actividad política no justifica tal acción). No obstante, la invitación para visitar Cuba era una tremenda compensación moral y profesional.

Al arribar, después de algunos retrasos, a La Habana, a finales de agosto de 1973, como invitados del Consejo Nacional de Cultura, encontramos una espléndida generosidad, y guías dedicados y atentos: Alfredo Rostgaard, Frémez (José Fresquet), y Félix Beltrán. Pero no había señales de los posters; llegaron finalmente, tarde para la apertura programada en la Galería San Rafael –y justo antes de la salvaje contrarrevolución de Pinochet, el 11 de septiembre. El instituto donde habíamos guardado temporalmente los posters había sido destruido, como cualquier material “socialista”, lo mismo hubiese ocurrido con los carteles y habrían acabado en las hogueras fascistas de aquellos días de terror.

Por primera vez los habaneros verían las variadas, fuertes e ingenuas (a veces grotescas) reacciones de artistas norteamericanos ante la guerra en Vietnam. Además: ¿realmente era esta la primera exposición de arte estadounidense en Cuba, solo conocido mediante revistas, y en la forma “purificada” de políticas? El evento ofreció una rica visión ecléctica de otras posibilidades. No significaba que el arte de posters en Cuba no tuviese su propio dinamismo y originalidad, todo lo contrario; pero en la paleta de estilos norteamericanos había cierto abandono gráfico, una irreverencia, vulgaridad e incluso frivolidad que los cubanos encontraron refrescante.

Aún teniendo problemas con el español, descubrí con una mezcla de placer y pesar que podía entender todas las palabras del espléndido discurso pronunciado por Fidel en el aniversario del golpe de estado en Chile el 11 de septiembre y la heroica muerte de Salvador Allende. Como extranjero, quizás no como aquellos favorecidos que recibían saludos y aplausos en las calles por tratarse de un “tovarich”, me encontré entre la millonaria multitud que se acercaba a la tribuna de Fidel, y temí que se me considerara una amenaza. Fidel parecía tener poca seguridad a su alrededor, a pesar de la cadena de intentos de asesinato contra su figura.

Mi exposición de posters se realizó por fin en la Galería San Rafael, cada artículo fue enmarcado en madera. Resalté cuán trabajoso era esto (nosotros nunca lo hicimos en nuestro país); “Los cubanos no le temen al trabajo”, me dijeron. Yo tampoco le temía al robo, como había sucedido varias veces en Estados Unidos y en Chile. Así que muchos posters permanecieron en La Habana y otros fueron llevados hacia Santiago de Cuba para realizar otra exhibición. Yo fui con Rostgaard que es de esa ciudad.

La exposición en San Rafael duró más que lo planeado por el Consejo de Cultura para nuestra estadía. Corriendo el riesgo de causar un incidente diplomático –no hay nada peor que un huésped abusando de la hospitalidad– le expliqué a mis anfitriones que mi compañera estaba lista para marcharse, pero yo no podía hacerlo sin llevarme la exposición (dos exhibiciones) conmigo. Renunciando a mis fieles guías, quienes regresaron a sus deberes, me ubiqué cerca de la piscina del lujoso Habana Libre, para comenzar a traducir Para leer al Pato Donald, escrito por Ariel Dorfman y Armand Mattelart, quienes huyeron de Chile. Mi traducción y la introducción en este clásico del criticismo cultural marxista, que tuvo varias ediciones en Estados Unidos (titulado Cómo leer al Pato Donald: ideología imperialista en el comic de Disney) y otros países, ha representado un elemento importante en mi vida. Incluso se convirtió en un incidente para la censura estadounidense, cuando el Departamento de Aduanas lo detuvo bajo cargos de probable violación de los derechos de Disney.

Me viene a la mente una anécdota relacionada con la exhibición de posters sobre Vietnam. Quería incluir, sin prestar atención al consejo que me diera Félix Beltrán, uno de mis posters favoritos: el que había puesto en el cartel y cubierta del catálogo para el evento en Estados Unidos. Había sido diseñado por Tomi Ungerer, uno de los más famosos caricaturistas, ilustradores y diseñadores de posters en Estados Unidos. Mostraba, al estilo pop-art comando EAT, un poderoso brazo norteamericano metiendo una Estatua de la Libertad en la garganta de un desafortunado campesino vietnamita, inevitablemente caricaturizado. “No lo pondría”, dice Beltrán. “¿Por qué?” “Porque muestra a los vietnamitas humillados, sufriendo pasivamente la injerencia norteamericana”. Me di cuenta de que el poster era históricamente falso, la idea de Ungerer era difamatoria; Beltrán tenía razón al no querer que Cuba pareciera estar aprobando un insulto a un aliado, víctima del imperialismo estadounidense. Si se exhibía, yo esperaba que tuviese una etiqueta de advertencia. Fue una lección muy importante para mí: un diseño que era divertido, astuto y estéticamente satisfactorio evidentemente ridiculizaba la política de Estados Unidos, podía tener un efecto negativo en un contexto fuera de Estados Unidos.

Un singular momento de triunfo surgió al final de mi visita. Después de haberle expresado a Rostgaard cuánto necesitaba, para futuras exhibiciones en Estados Unidos, toda la serie Vietnam y Moncada, de René Mederos, que me había paralizado tantas veces, y haber aceptado el hecho de que la serie, que había sido masivamente entregada a embajadas y dignatarios extranjeros, ya no estaba disponible y el día antes de mi partida, Rostgaard se apareció con un gran tesoro en papel: las dos codiciadas series de Mederos que han sido de gran utilidad dentro y fuera de Estados Unidos; especialmente en una exhibición individual de posters de Mederos en mi Universidad (actualmente UC Los Ángeles), cuando (en 1991) él creó un mural de 10 por 24 pies para una exhibición de arte sobre la guerra en Vietnam. Estoy seguro de que sigue siendo la única pieza de arte monumental creada por un cubano en Estados Unidos. Lo único que René aceptó por su trabajo fue un poco de dinero y materiales –pinceles y pintura. Yo creo que él simboliza la típica generosidad cubana, al igual que los artistas –Beltrán, Frémez, Rostgaard– quienes contribuyeron a la fundación de la espléndida colección de posters cubanos que podemos admirar en el Centro para el Estudio de Gráfica Política, donde me desempeño como director. Cuba ha sido una parte importante de mi vida, y estoy feliz por estar colaborando con el mundo del arte del poster en Cuba.