Pasar al contenido principal
La inocencia de un beso
08April
Artículos

La inocencia de un beso

DESDE TEHERÁN

 

Ni tan lejos ni tan cerca; verdaderamente en el medio. Irán es un país seguro, caluroso y servicial. Es la primera impresión al llegar a este sitio, rodeado de estigmas y visiones que nos enseña occidente. Un lugar para conocer su cultura milenaria, costumbres, tradiciones y a su gente; personas con sueños, aspiraciones e insatisfacciones, como cualquier mortal de este mundo. Irán impresiona. Basta mirar desde el cielo su capital.


Teherán es una megaciudad, populosa como la más activa de las de cualquier continente. Entre elevadas montañas, sus altos edificios, centros comerciales, un desmedido e indisciplinado tráfico, o su naturaleza, que si de verde tiene poco, bastante lleva del clima desértico que le acompaña; así transcurre la vida de este cubano que no deja de asombrarse a cada paso.


Pero no soy el único, otros coinciden. Cuando preparaba viaje para estas tierras «lejanas» leía experiencias vividas: el vestuario de las mujeres, el comportamiento de sus ciudadanos, su religión y un sinnúmero de anécdotas. Hoy puedo hablar de las mías. Y prefiero que sea de la primera, que a fin de cuentas es la que perdura en nuestras mentes, como la última; pero esa demorará, porque este lugar atrapa.


La hospitalidad persa es tan parecida a la cubana que jamás te sientes solo, y aunque no entiendas nada de su lengua, aquí se las ingenian para hacerte saber bienvenido. Abrazos y cierta babosería, como decimos en Cuba, entre los hombres, es natural; nunca besos, ni para ellos ni para ellas, y ahí el primer golpe a tus instintos latinoamericanos y caribeños. A la distancia las mujeres, lo que no quiere decir que dejes de contemplar sus bellos ojos y su rostro terso, tímido o ingenuo, los colores reservados de su ropa sobria transgredida por las más jóvenes con ropas deportivas de fondo, atuendos vivos y modelos más a la moda, de acá, pero a la moda. Lo nuevo siempre llama la atención, se cubren por tradición y respeto a su religión o sus leyes, pero convencido estoy que no pueden ocultar con su mirada ciertos instintos femeninos, ¿acaso no somos de carne y hueso?


En una mañana reciente, a solo unas horas de mi llegada a este país, me dispongo a relevar a mi compañera de trabajo, por suerte de origen colombiano, aunque lleva años aquí como esposa de un iraní. Al encuentro mañanero y tras el habitual «¡Buenos días!», cuando me acerco a ella, inclino el cuerpo para besar su mejilla, y un coro de observadores, como preparado para la ocasión, grita «¡Nooo!». Mi primer sofoco y la gran vergüenza. ¿Contra eso quién puede? Por suerte no se produjo, ni fue a una de las más consagradas religiosas o iraní de pura cepa. Al instante no demoraron risas y comentarios, el abucheo, tal cual hacemos en nuestras oficinas o en la más familiar de las reuniones con amigos y colegas. Parece sencillo, pero aún no puedes calcular las consecuencias. Mejor, aunque estés en Medio Oriente, no estar en el medio de ese conflicto. Solo los de aquí saben resolverlo: «La mujer iraní es el símbolo de la castidad y la inocencia».