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La vida es museo, lo que no dijo Calderón
19May
Artículos

La vida es museo, lo que no dijo Calderón

El Museo Nacional del Prado ha decorado esta semana su fachada principal con una intervención artística inspirada en la época Barroca. El motivo, un Día Internacional de los Museos celebrado el 18 de mayo que tiene como protagonistas en el interior a Guido Reni, Juan Herrera y Calderón de la Barca. Este último se dedicará a adornar con sus textos hasta el mes de septiembre las obras de la colección permanente, las que no se mueven en ninguna clase de día internacional.

Tras el arte está el humano y, tras las puertas de cualquier galería, también. El espectador camina por el Prado mientras lee a Calderón, por el Reina Sofía buscando a Guernica o por las calles de cualquier ciudad -auténtico museo nacional de vida cotidiana- bañándose en cualquier fuente de cultura que encuentren escondida entre los árboles. Otros, por su parte, cuidan al milímetro cada obra, velan por la seguridad de la huella que ha dejado el ser humano a través de la pintura. Restauradores, comisarios, historiadores, vigilantes, cualquier trabajador que se acerque a las salas organizadas en números, épocas y temáticas merecen ser admirados esta semana y todos los días. Son los guardianes de la Historia.

Volvamos al Prado, reina de las pinacotecas en España y parte de la alta nobleza en Europa. Analicemos, por un segundo, al humano como el asesor analiza la obra. Esto es una crónica de días enteros pasados dentro de este edificio, y empieza con dos adolescentes entrando en la sala 55B. Observados por la mirada fija del Autorretrato que se pintó Antonio Durero, uno de ellos se sorprende ante el movimiento que hay en el espacio. El museo está lleno. “Es que a la gente le impone el arte”, le comenta su amiga ante sus perplejos ojos. Muy cerca de ellos, en la 56B, una joven con el pelo rizado llora frente a Cristo muerto sostenido por un Ángel de Antonello de Messina. Alguna historia habrá detrás, o puede que no y quizá la chica vigilada por Durero tiene razón.

Al igual que ella mantiene el silencio, otros no dejan a las palabras esconderse. La Gioconda de la escuela de Leonardo Da Vinci recibe los apasionados comentarios de un hombre que pretende convencer a sus acompañantes de que esta que ven es la original. Sin embargo, el sfumatto está en otro gran museo. El Louvre la guarda como la obra con más fama de todos los tiempos, la estrella del rock que ofrece conciertos en residencia y a la que todos sus admiradores intentan fotografiar cuando la tienen enfrente. A un lado, sin recibir tanta atención, otra mujer, iluminada por la luz de su vestido azul se queda sola. Quienes pasan por esa sala no suelen acompañarla, pero Tiziano y su propio autor, Paolo Veronés, están junto a ella. Retrato de una Veneciana es el título de su pintura, también conocido como La Bella Nani. Su identidad es desconocida. El contraste que ofrece al verla ahí, otra cosa a la que prestar atención. También es posible imaginarnos al pintor jugando con los colores para crearla a ella, en la sombra de otra mujer que aparece hasta en las camisetas de las empresas más grandes de la moda. Si significaría algo al igual que en Retrato de una mujer en llamas cuando el número 28 se muestra entre las páginas del libro que sujeta la protagonista en su pintura. La nostalgia la invade y la obra no puede separarse del autor. ¿Significaría algo también para el Veronés, aunque fuera una historia menos complicada comparada con la que cuenta Céline Sciamma?

Hay tantas obras que resulta inevitable dejar a alguna de lado. Sin embargo, por eso es recomendable volver más de una vez como quien tira una moneda en la Fontana de Trevi para regresar a Roma. Para hacernos más preguntas como esta última, comprobar datos erróneos y emocionarnos con el brillo de cualquier obra maestra. Solo tengo un consejo para hoy: disfrutad de los museos.

En portada: Retrato de una Dama VenecianaLa Belle Nani, 1560, óleo sobre lienzo, 119×103 cm, Museo del Louvre, París, Francia

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