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De todo en la viña de la canción
20April

De todo en la viña de la canción

Mientras el rico empresario chileno Leonardo Farkas inauguraba una reproducción poco fidedigna de El pensador de Rodín, a unos metros del lugar, en el anfiteatro de la Quinta Vergara, un Luis Fonsi desafinado abría sin penas ni glorias la primera noche de la 56 edición del Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar, megaevento que en los últimos días de febrero convierte a esta urbe en la ciudad-centro del mundo de la canción.

En su génesis, hace 56 años, estuvieron el entonces alcalde viñamarino Gustavo Lorca, el periodista Carlos Ansaldo y el académico y músico Luis Sigall, sensibles promotores de la cultura y de la música popular tradicional de esta nación austral, considerada junto a la Argentina de Atahualpa Yupanqui el nido de la Nueva Canción Latinoamericana en los albores de la década de los sesenta.

Lo que fue en sus inicios un encuentro para potenciar la auténtica creación musical chilena, poco a poco fue relegándola hasta destronarla definitivamente en 1974, un año después del fascista golpe militar contra Salvador Allende.

La canción del Arte, esa que se arriesga por encontrar nuevos senderos de expresión, no abunda en los predios de Viña del Mar.

Más que un certamen que jerarquice la canción verdadera, comprometida con los mejores valores humanos y estéticos, se trata de una muy bien diseñada plataforma para darle bombo y platillo a figuras fabricadas por la industria del engañoso entretenimiento mediático, capaz de hipnotizar a un público mayoritariamente joven que desprecia porque ignora que existen otras canciones: Gracias a la vida y a Violeta Parra, que oxigenan el espíritu y nos salvan de la inercia del pensamiento.

Ese público, aquí llamado «El Monstruo» porque devora lo que no es de su agrado, es el mismo que decide con su ovación la entrega de Las Gaviotas de Plata y de Oro. Una veintena se entregaron en esta oportunidad; y como es de imaginar no hay un jurado de admisión que seleccione previamente a los distinguidos con este trofeo, o al menos emita un juicio de rigor.

Evidentemente pensar no está de moda en el Festival de Viña. Prima que los más de quince mil espectadores que asisten a cada una de las cinco noches de show, lloren histéricos coreando estribillos monótonos y sensibleros como los de las bachatas melodramáticas de Romeo Santos, o que las féminas hagan catarsis junto a un Ricardo Arjona muy recordado aquí, más que nada, por el fuerte terremoto que hubo cuando cantó en 2012.

Oscar D’ León, cantante venezolano.Mención aparte para El Faraón de la Salsa, el venezolano Oscar D’ León, alguien que Cuba recuerda con una mezcla de alegría y dolor cuando se presentó en uno de los Festivales de Varadero, por cierto un evento similar al de Viña en su concepción y que desapareció de nuestro entorno cultural sin nadie saber nada, por razones que darían para una tesis de grado.

Nano Stern, cantante y compositor chileno.La canción de arte, esa que se arriesga por encontrar senderos nuevos y distintos para comunicarse, no existe desde hace rato en los predios de la Quinta Vergara. Solo el joven cantautor chileno Nano Stern recordó a sus padres fundadores, Violeta Parra y Víctor Jara, y nos hizo ratificar lo que el autor de la célebre Te recuerdo, Amanda advirtió: «Canto que ha sido valiente, siempre será canción nueva».

Lo mejor para mí recayó en las propuestas del argentino Pedro Aznar y del británico Cat Stevens, los únicos que no necesitaron poses ni artificios para demostrar su valía como cantautores de buena calidad.

El inglés convertido al Islam, con más de treinta y cinco años actuando en los principales escenarios del mundo, puso a prueba su sobriedad a la hora de cantar. El respeto de sus músicos por su obra y la intimidad de sus textos, hicieron que algunos de los que ya sobrepasamos la barrera de los cincuenta nos sintiéramos plenos de goce.

Viña no es solo un Festival de la Canción, diría más bien que el nombre es solo un pretexto. Resulta un engendro, un ajiaco sin dramaturgia y con presentadores que informan muy poco y apenas comunican. Allí se dan la mano en interminables jornadas trasmitidas por la televisión el humor chileno, tan localista que sospecho no haga ni sonreír al foráneo, e intérpretes del pop, la balada y otros géneros y tendencias musicales de moda.

La música chilena no se visualiza como necesita y merece. Y para colmo cuando suben a mostrar su quehacer los músicos folclóricos, el 85 por ciento del público aprovecha y se va a merendar. Qué desarraigo, qué poco valor por lo suyo.Cat Stevens, músico británico.

No obstante, febrero sigue enamorando. Fue el mes escogido para el parto de un festival en 1960 que luego se dio a conocer internacionalmente dieciocho años después. Lo llaman, no sé por qué, el festival de los festivales y permite que Viña del Mar continúe siendo quizás el sitio idóneo a nivel continental para que un artista fracase o se haga famoso.

Lo demás ya lo sabemos: la música es un negocio que da frutos jugosos, y detrás de los telones de su farándula se mueven los invisibles hilos del dinero y el poder. No obstante y a pesar del tiempo transcurrido, las amenazas de tsunamis, los volcanes que duermen con sus ojos abiertos, los terremotos y los incendios forestales, hay de todo en la Viña de la canción.