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EL NEGOCIO DEL SIGLO. La verdadera historia de Tropicana (X)
15January

EL NEGOCIO DEL SIGLO. La verdadera historia de Tropicana (X)

Martín Fox era muy hábil en cualquier tipo de operación que se relacionara con el juego. Poseía un carácter áspero y fuerte, lo que unido a sus antecedentes no lo hacían el favorito de la burguesía criolla, que frecuentaba con más agrado los cabarés Montmartre o Sans Souci, donde se daban cita las más renombradas personalidades de la alta sociedad.

Los primeros autos Cadillac los llevaban directamente al cabaré.
Mas los espectáculos y la belleza de sus salones eran un imán irresistible en cada estreno. Y él y sus socios rápidamente se convirtieron en figuras de una gran solvencia económica. Aunque no frecuentaban la alta sociedad, tenían un excelente crédito mercantil, y los primeros autos Cadillac del año que entraban a Cuba se los llevaban directamente al cabaré, mientras que Alberto Ardura, su compinche de Ciego de Ávila, prefería decidirse por la marca Lincoln.


Martín compró una gran mansión en la Ave. 1ra., cerca del teatro Blanquita —hoy Karl Marx—, en Miramar. Pedro tenía la suya en la Ave. 41, a dos cuadras del cabaré, y Echemendía y Miguelín siguieron por el mismo camino. Ardura construyó un palacete en el reparto Cubanacán, con aire acondicionado y televisor en todas las dependencias, incluyendo los servicios sanitarios. Contaba con piscina de agua fría y caliente, y su pasión por la aviación hizo semejar su construcción del exterior con un hangar.


Tres familiares muy allegados a Martín, que trabajaban en Tropicana, fueron beneficiados con edificios de tres plantas en la Ave. 1ra., en Miramar, a una cuadra de la suya, que les permitía alquilar dos pisos, y en las cuales aún viven algunos de sus descendientes. Igualmente poseían edificios de apartamentos en los alrededores del cabaré, que alquilaban a precios elevados.


A pesar de la gran afluencia de público y turistas, el cabaré era incosteable, según Martín. Abrir sus puertas costaba alrededor de tres mil quinientos pesos diarios, incluyendo el espectáculo, empleados y gastos adicionales. En la llamada temporada de invierno, de diciembre a marzo, se trabajaba a plena capacidad, pero en el resto del año se reducía el personal y los salarios, porque, opinaba él, no cubría gastos.


Sin embargo, de acuerdo a datos económicos fidedignos, se calculaba a grosso modo que cada barco de turismo que llegaba a Cuba los fines de semana en la temporada invernal dejaba alrededor de doce mil pesos de utilidad solamente en el casino. Además, habían otros negocios que no se mencionaban. Según la misma fuente, eran tantas las entradas por concepto del juego ilícito, que nunca se logró saber a cuánto ascendían, lo que convenía a los intereses de la administración, porque posibilitaba contribuciones muy bajas al Estado, y evitaba mayores demandas por las autoridades que toleraban esta actividad.


El consumo mínimo del cabaré era de seis pesos por persona, y sus precios estaban regulados por las tarifas establecidas para esos centros. Se había contratado un responsable para encargarse de los contratos con las agencias de pasajes que recibían a los turistas en los aeropuertos. Por los convenios se conocía que visitaban varios cabarés en una noche para disfrutar de sus shows, y regularmente incluían tres lugares que habilitaban expresamente sus horarios para ajustarse a estas visitas: entre ellos siempre aparecía Tropicana, a las once de la noche.


Diariamente concurrían varias decenas de turistas y se les cobraba dos pesos por un trago que podía ser un Daiquirí, un Tom Collins, un refresco o una cerveza del patio; de ellos se le pagaba una comisión de cincuenta centavos al chofer y veinte al dependiente que lo servía. Si podían convencerlos para que jugaran en el casino, entonces recibían cinco pesos por persona. En el año 1958 se incrementó el consumo mínimo a siete pesos, y los empleados elevaron una protesta pública porque veían cómo aumentaban las riquezas de los dueños y no recibían las tarifas salariales establecidas ni tenían convenio colectivo de trabajo. Pero no tuvieron éxito las demandas.


Hay que decir que a Tropicana no podían entrar negros, ni siquiera mulatos. Había que usar saco y corbata o guayabera de mangas largas. No se podía llegar caminando, sino en carro; eran muy contados y especiales los casos que entraban a pie. Tan rigurosos eran los requisitos, que en ocasión de estrenarse la revista Vudú ritual, basada en ritmos y bailes haitianos, el embajador de ese país hizo una reservación el día de su debut. Martín, que siempre llegaba al cabaré alrededor de las ocho de la noche y revisaba las reservaciones, mandó a cancelarla, y el maître se vio precisado a decir que no había mesa disponible. 

 

Vea:

La Verdadera historia de Tropicana

La verdadera historia de TROPICANA (II). CORREA, el empresario

La verdadera historia de Tropicana (III). Martín, el guajiro

La verdadera historia de Tropicana (V) El cabaret

La verdadera historia de Tropicana (VIII)