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JAZZ PLAZA PROEZA CONTRA VIENTO Y MAREA
14February

JAZZ PLAZA PROEZA CONTRA VIENTO Y MAREA

EL ESFUERZO DESARROLLADO POR EL CENTRO NACIONAL DE MÚSICA POPULAR Y SU DIRECTIVA MERECE LA MÁS SINCERA DE LAS FELICITACIONES.

 

Mientras asistía al XXX Festival Jazz Plaza, inevitablemente vinieron a mi cabeza recuerdos de anteriores ediciones. Gracias a mi madre, fervorosa amante del género —y que no se perdía ninguna de las noches en el patio de la Casa de la Cultura de Plaza—, desde niño estuve en contacto con grabaciones discográficas del que constituye el primer gran lenguaje sonoro del siglo XX.

Por esa historia personal mía, he tenido el privilegio de concurrir, tanto en la condición de simple amante del género como en la de periodista, a cada una de las treinta emisiones de este encuentro jazzístico, inaugurado en el ya lejano 1980 y organizado entonces por Armando Rojas y Bobby Carcassés. Tal veteranía me permite establecer puntos de contacto entre lo sucedido en el pasado y en nuestros días.

Lo primero es el hecho de que la edición 30 del Jazz Plaza volvió a evidenciar el buen momento que vive este género entre los instrumentistas cubanos. La oferta resultó tan amplia y variada en cada una de las sedes y subsedes, así como en lo disímil de las propuestas en lo concerniente a géneros y estilos, que literalmente fue imposible poder ver todo lo que se presentó durante el festival. La calidad del cartel de participantes —con visitantes procedentes del extranjero como Arturo O'Farrill, Justo Almario, Andrea Brachfeld y el grupo The Norwegian Big Energian Ensamble—, demostró una vez más que no resulta imprescindible la intervención de figuras avaladas por un gran reconocimiento mediático, pues el talento no solo está entre quienes aparecen constantemente en los principales medios de comunicación.

La reflexión teórica también estuvo presente en el Jazz Plaza. Nuevamente sesionó un coloquio organizado y dirigido por la académica Neris González Bello, en el que intervinieron prestigiosos investigadores, musicólogos y especialistas en el tema, cuando se cumplía el décimo aniversario de su fundación.

Por ello creo que una de los hechos de mayor importancia fue la salida durante el evento de un periódico que cubrió lo que estaba ocurriendo, cierto que de mínima tirada, pero también de excelente factura, lo cual es aún más importante. Surgido por idea de la musicóloga Brenda Besada, trabajadora del Centro Nacional de Música Popular, el periódico resultó el espacio ideal para que se reseñasen los mejores momentos del encuentro, así como para recoger entrevistas y opiniones, tanto de músicos foráneos que nos visitaron para intervenir en el certamen como de sobresalientes jazzistas cubanos.

Otro aspecto de suma importancia fue la decisión de que en el Pabellón Cuba se uniesen las artes plásticas a la fiesta jazzística cubana. Con protagonismo del prestigioso maestro santiaguero Alberto Lescay, a la confección de un mural a la entrada de la instalación ubicada en la arteria capitalina de 23 y N, en la zona del Vedado habanero, se sumaron renombrados representantes del universo de las artes plásticas, en una hermosa muestra de que no hay que establecer distingos o parcelas segmentadas entre las manifestaciones artísticas. La grata atmósfera generada en el Pabellón Cuba, donde también actuaron jóvenes y muy valiosos cultores del jazz, hace pensar que una experiencia similar debería repetirse en futuras ediciones del Festival.

Una iniciativa por la que hay que felicitar al equipo del nuevo comité organizador del Jazz Plaza, presidido por Víctor Rodríguez, actual Director del Centro Nacional de Música Popular, fue la de crear la distinción XXX Aniversario del Jazz Plaza, para homenajear con ella a un colectivo de personas e instituciones que, desde 1980, han estado vinculados a las distintas ediciones de la fiesta por excelencia de los jazzistas cubanos. Cierto que la entrega del reconocimiento durante la última sesión del coloquio  diríase que fue casi simbólica, pero la intención de los organizadores es digna de elogios.

Aunque gracias a la gestión del nuevo comité organizador resultó mucho mejor que las de los últimos años, quedan pendientes problemas por solucionar. Es lamentable que mayoritariamente el sentido de la memoria siga brillando por su ausencia en este evento, prueba de lo cual es que ni la televisión filma los conciertos, ni tampoco se graban las presentaciones con miras no solo a la posible edición futura de testimonios fonográficos, sino por el hecho de guardar para la historia futura ejemplos de lo acaecido en estos encuentros.

Ese sentido de la memoria no ha sido parte del accionar en los treinta y cuatro años del Jazz Plaza, por lo que apenas existen muestras de lo sucedido en la vida del evento: no se han grabado para la posteridad intervenciones que, de seguro, pueden catalogarse como instantes cumbres del acontecer musical en Cuba en las pasadas décadas. Quienes han permanecido como asiduos asistentes al festival, estoy convencido de que estarán de acuerdo conmigo en lo antes afirmado.

Igualmente, la inestabilidad que ha caracterizado la composición y dirección del comité organizador del Festival, con frecuentes cambios entre una y otra emisión, tiene que tratar de evitarse, porque de lo contrario jamás el proyecto podrá avanzar hacia estadios superiores. Si bien hubo una aceptable concurrencia de turistas —arribaron a La Habana más de setecientos, justo para asistir al Jazz Plaza—, todavía no se ha logrado igualar lo registrado en el decenio de los noventa, cuando intervenía como asociada la empresa británica dueña del famoso club londinense Ronnie Scout y que igual propiciaba la concurrencia de una nutrida legión de jazzistas internacionales.

Es una pena que por el hecho de que el Festival no se prepara desde el instante en que concluye una edición, sino que todo se organiza a última hora y sin tiempo para casi nada (tristemente una peculiaridad típica del contexto cubano), figuras fundamentales entre los jazzistas locales y que hoy desarrollan sus carreras en otros sitios del mundo llegan a La Habana en los días anteriores o posteriores al certamen, con lo que se desaprovecha la oportunidad de realizar las coordinaciones imprescindibles para hacer coincidir los viajes de tales instrumentistas con las fechas del Festival. Eso ocurrió en este diciembre de 2014, cuando en La Habana tuvimos las visitas, entre otras, de instrumentistas de tanto renombre como el bajista Felipe Cabrera o el pianista Aruán Ortiz.

No estaría nada mal que los numerosos festivales de jazz que se realizan en el Caribe y Centro América, en lugares como República Dominicana, Puerto Rico, Panamá y Cuba, coordinasen esfuerzos para hacer algo así como una gran cadena de eventos, con intercambio de músicos de nuestros países entre uno y otro certamen, así como potenciar de conjunto la visita de turistas interesados en el género, lo cual sería una estimable ayuda económica para el financiamiento de encuentros como el Jazz Plaza y los demás que se realizan en la región.

Puede asegurarse que la edición 30 del Festival Jazz Plaza está entre las del pelotón de las más destacadas, al margen de los anteriores señalamientos, algunos de los cuales escapan del ámbito del comité organizador. El esfuerzo desarrollado por el Centro Nacional de Música Popular y su directiva, en aras de que esta edición de la fiesta jazzística cubana por excelencia estuviera a la altura registrada, merece la más sincera de las felicitaciones.

Ahora, mientras redacto estas líneas, por un instante me remonto tiempo atrás y me veo en el patio de Calzada y 8, junto a mi madre Elga Triana y rodeado de amigos y colegas como Humberto Manduley, Carlitos Lugo (desaparecido en noviembre de 2014), Leyma Hidalgo, el investigador Leonardo Acosta, los fotógrafos Elio Ojeda y Gonzalo Vidal, el periodista José Dos Santos o el guitarrista Manuel Trujillo. Me doy cuenta de que a pesar de que los de entonces ya no somos los mismos, el hecho de haber mantenido vivo el Festival contra viento y marea desde 1980 hasta nuestros días, ha sido sencilla y llanamente una proeza, que los amantes cubanos del jazz siempre agradeceremos. Digo yo.