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La Buena Fe de un reencuentro
15January

La Buena Fe de un reencuentro

La música es siempre un acto de fe: mientras más elevado se escriba, cante y toque, hará crecer la espiritualidad de los que escuchan y entonan, en forma de esperanza y certidumbre. Eso explica que la noche caraqueña haya cerrado con una plaza urbana más hinchada, cuando sonó el acorde final del concierto allí de Buena Fe.

El dúo fenomenal de trovadores cubanos volvió sobre los fueros de su nombre —como hace cada vez que actúa—, y con el público reconvertido en un abrazo de sentimientos a coro, conquistó su jornada en el II Festival Latinoamericano de Música Suena Caracas.

La noche fue una sorpresa mutua, un asombro en dos sentidos: de un auditorio extasiado con las canciones mejores que sabían de memoria, verso a verso, y de los muchachos músicos que gozaban a fondo la multitud poseída, repitiendo sus letras con los ojos cerrados.

No podía esperarse menos de aquella propuesta fiel de Buena Fe preparada a propósito para el reencuentro, dos años después del último abrazo a Venezuela, a donde volvieron ahora con un paneo exquisito por piezas emblemáticas de su cancionero, desde el principio hasta hoy.

Para Israel Rojas fue genial volver al calor de un público que gusta del trabajo de Buena Fe.«Es un reencuentro que nos hace muy felices —dijo Israel Rojas, vocalista principal—, volver al calor de un público grande que gusta mucho de nuestro trabajo, lo sigue, lo baja, lo pasa de mano en mano y convierte esta ciudad en un escenario tan importante para nosotros como lo es México, Madrid o todas las plazas de nuestra Isla».

Pero el origen de la preferencia por el dúo en tierras morochas no se cultivó en el caldo comercial de los estrenos mundiales, de esos que aseguran el éxito de un disco según la rampa del mercado en que se lance.

Fue más bien el árbol de una semilla que sembraron a mano ellos mismos, «en todos esos momentos en que estuvimos aquí, vinculados a los proyectos de Chávez, cuando tocamos en muchos sitios para muchos jóvenes, y nuestra música se fue imantando»; o viajó desde Cuba en la complicidad informal de un archivo digital en el bolsillo «de alumnos venezolanos que estudiaron allá, y los miles de colaboradores nuestros que nos trajeron como algo preciado en sus maletas».

Yoel Martínez, guitarrista y cantante.Yoel Martínez, guitarrista y cantante, también sintió el concierto como un apretón conocido y gratificante. Era el que más sonreía con el regusto visible de las primeras filas de jóvenes que coreaban. Israel cerraba a veces los ojos al cantar; pero él, sobre sus cuerdas, tocaba y lo observaba todo, como quien se apropiaba de la mínima emoción para inspirarse más, y saberse querido.

«Tengo la satisfacción natural del artista que es invitado a un escenario de primera, como este, sin ser tan mundialmente conocido, sin tener una disquera internacional, sin pertenecer a los grandes circuitos del mercado; pero el orgullo más grande es el recibimiento espectacular de gente que nos quiere y nos sigue sin otra condición que la complicidad de nuestra música», dijo.

«Son estos temas que cantan a la realidad social, al amor, los conflictos humanos, los que nos consiguen siempre algún rinconcito en el corazón de las personas, y hacen que les sirvamos de algo, para reflexionar, enamorar, para una banda sonora quizá, y eso es reconfortante. Por lo que vemos, en Venezuela funciona así, y ojalá siga funcionando de esa forma».

Después de tal velada, Cuba jamás podrá quedar sin una voz que traiga al Suena Caracas el nombre mágico de la música de la Mayor de las Antillas.

De la mano de la agencia artística Presencia, del Fondo Cultural del Alba, se había estrenado por la puerta ancha el año anterior, con la explosión sonora y el convite al baile de la Charanga Habanera. Ahora, de la misma mano y en la segunda edición de un festival continental que se dibuja como plaza fuerte, Buena Fe dejó bien claro que la Isla siempre honra con lo mejor de sí los espacios que le ofrecen. Al menos esa noche de sábado caraqueño, el conjuro musical tuvo un efecto de embrujo.

Sonó el último compás, y una plaza al centro de la ciudad quedó como flotando, exorcizada con la poderosa vibra de un reencuentro de amigos viejos, y la Buena Fe que siempre empuja a dos muchachos que cantan, contra un público que otra vez los abrazó en el coro de todas sus canciones.