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Arte por Excelencias 4 y 5 (Presentación: RUFO CABALLERO)
07April

Arte por Excelencias 4 y 5 (Presentación: RUFO CABALLERO)

Analizaré los números cuatro y cinco de la revista Arte por Excelencias en conjunto y sólo a partir de las concepciones y los textos prominentes, por tres razones: una, podemos perdernos el juego de Industriales, y primero muertos que sencillos; dos: la coherencia editorial de la revista es total, y permite el enfoque unitario de los números; tres: si me paseara por todos los trabajos, no diría nada en definitiva.

Estas ediciones confirman varias cosas. Entre ellas: la consolidación definitiva de un año de laboreo, que asegura Arte por Excelencias como una de las publicaciones cubanas que en tiempo record se convierte en prestigiosa y seguida, y el hecho de que la revista pase a la nómina de publicaciones cubanas que se abren por atrás, como una especie nacional de sexo editorial contranatura. Pero vayamos por partes.

Al menos yo abriré el número seis por atrás, no porque la revista contenga al final una sección de críticas, al modo de La Gaceta de Cuba o Revolución y Cultura, sino porque me percato de que la dramaturgia que sigue el editor es avanzar de menos a más. No porque los primeros trabajos sean deficientes, sino porque, a mi juicio, los grandes textos de los números cuatro y cinco se hallan agrupados hacia el final, como si la edición temiera que la lectura decayera. Una suerte de dramaturgia en cuesta. En Arte por Excelencias sucede que el final equivale al fondo. Es una estrategia legítima; como en el ritual erótico: se comienza con los escarceos, los devaneos, los gorjeos, y se termina en el orgasmo. Me explico.

En la página cien de una de las ediciones, coronando el número, aparece el texto “Arte público latinoamericano. Últimas dos décadas”, de la curadora cubana Ibis Hernández. Lo primero que debo destacar es que, a diferencia de tantos especialistas que curan exposiciones pero enferman el lenguaje, Ibis escribe bien. Ésa no es poca ganancia. Luego, hay que decir que sale airosa en un tema muy difícil desde su misma noción: ¿cuáles son los límites del arte público? Precisa en el manejo de las opciones de definición, la autora sistematiza la proyección del arte público en varios puntos de América Latina, y lo hace con rigor. Enamora a sus lectores con un tema excitante, ciertamente, que a mi juicio le daría para un doctorado. De hecho, la estoy estimulando a que continúe la investigación y presente el tema como proyecto científico. Un detalle: hubiera sido útil que Ibis insertara en el todo de Latinoamérica, ciertas experiencias de autores cubanos, que no carecen de interés, y pienso en Ángel Ricardo Ríos, en JEFF, o en el propio René Francisco. Pero no cabe duda de que este trabajo es un lujo.

Ya sabemos que la curaduría constituye una de las formas actuales más interesantes a la hora de hacer crítica. Pero algunos curadores son, además, o también, buenos críticos, en el sentido digamos que tradicional de la crítica. Es el caso de Nelson Herrera Ysla, cuyo texto “Muros caídos, muros erguidos” aflora, a la altura de la página ochenta y ocho de la otra revista, como manjar suculento, como eyaculación ensayística. En días en que algunos teóricos se han pronunciado en contra de la categoría de geopolítica, Nelson, en su abarcadora, intensa, sentida reflexión, polemiza con la desautorización, a partir del criterio de que, lo cito: “La geopolítica está mejor demarcada ahora, o se perfila más claramente, en el concierto de naciones latinoamericanas, pero no encuentra acciones especulares en las prácticas artísticas actuales nuestras porque en el arte influyen otros mecanismos” (no. 5, p. 92). Y aún, asevera cómo “en alguna medida, nos adelantamos a procesos que hoy los políticos nuestros se empeñan en llevar a cabo” (en la propia página). La lucidez de Nelson celebra que “en Latinoamérica son muchos los artistas que se interesan por actuar como una especie de ‘conciencia crítica’, actitud tan alabada por el pensamiento radical y progresista de la intelectualidad europea de la segunda mitad del siglo XX” (p. 96). Pasados están los tiempos en que a un brillante intelectual cubano le preocupara sobremanera que los artistas e intelectuales intentaran fungir como conciencia crítica de la sociedad. ¿Por qué no? Si una conciencia puede contribuir, depurar, desafiar genuinamente, es la intelectual, que tiene detrás todo un legado cultural que la autoriza para la crítica y el discernimiento social. Por cierto, las reflexiones de Nelson guardan relación con la pregunta que, en el mismo número, se hace la chilena Carolina Lara a propósito de la vigencia de la obra del maestrazo Luis Camnitzer: “¿Por qué el silenciamiento y la distancia con la trama social y las urgencias de nuestro tiempo…?”. (p. 26)

En la humilde opinión de quien esto escribe, que no pasa de ser un colaborador entusiasta de Arte por Excelencias, los textos de Ibis y Nelson representan el perfil que debería privilegiar una revista como ésta, de alcance continental, pensada con el rigor que está pensada. Me refiero al perfil que prioriza la dinámica de los procesos culturales, o socioculturales, por encima de las puntualidades o los detenimientos micro. Sobre todo cuando se hace con el valor de los textos arriba aludidos, en los que abstracción y generalidad no quieren decir esterilidad ni fatuidad, ni palabrería ni jactancia de teoría autosuficiente. Un tercer ejemplo, tal vez más discreto, pero igual de útil, se encontraría en “El museo mínimo”, donde Tomás Ruiz-Rivas aborda las iniciativas dinámicas, ambulantes, poco sacras, de muchas alternativas de patrimonio en Latinoamérica, las que han debido actuar frente a la evidencia señalada por el autor: “en el arte latinoamericano la apropiación del museo ha tenido normalmente como leit motiv las carencias de la institución real” (no. 5, p. 84), y entonces, ha debido dispararse, también aquí, el imaginario de lo alternativo, con cualquier cantidad de posibles museos portátiles, ambulantes o “museos de ficción”, como llega a decir Tomás. Este notable estudio sobre las estructuras móviles del patrimonio en Latinoamérica constituye una variación interesante sobre aquello que ya conocíamos acerca de que el museo, en la época contemporánea, ha derivado en una puesta en escena mediática, en espectáculo público, por qué no. Lo hacía, o moría. Pretender devolver el museo a la sacralidad es como luchar contra la televisión: No tiene sentido.

Ahora, todo lo anterior no quiere decir que falten buenos monográficos. Hablando de doctorados, tenemos el caso del extraordinario ensayo que adelanta, en uno de los números, Rafael Acosta; ensayo que hace parte de una investigación sobre la crítica de arte en Octavio Paz, con la que el investigador obtuvo, el año pasado, de forma flamante, el grado de Doctor en Ciencias. El texto de Rafael compone un puente entre los monográficos y los ensayos más abarcadores, en tanto el análisis estricto, competente, de Paz, abre las meditaciones a la naturaleza misma de la crítica de arte, con lo cual el ensayo alcanza una actualidad máxima. En su erudito estudio, que rebasa con creces la mera arqueología –aunque dimensionar a Paz ya hubiera sido suficientemente aportador–, Acosta se pronuncia a favor de la “crítica poética de arte”, y señala, entre los exponentes mayores de esa gran posibilidad, a Baudelaire, José Martí, Lezama Lima o Luis Cardoza y Aragón. Yo añadiría a Oscar Wilde y a Alejo Carpentier. Lo cierto es que el académico, a Dios gracias, se pronuncia a favor de “la belleza del lenguaje, apoyado en la inspiración poética de las imágenes”. (no. 4, p. 84)

Siguiendo esa exigencia de rigor en la escritura, hay que detenerse en el texto “El lince, la máscara y una cuerda floja”, de Héctor Antón, crítico que ha ganado notoriedad precisamente por el cuidado de la palabra, en un momento en que la gente sabe mucho de todo, pero lo escribe mal. En su aproximación al arte de Maurizio Cattelan, Héctor Antón reitera lo que viene constituyendo un método en su acercamiento al arte: dedicarse más a los contextos, a las resonancias y repercusiones de las obras, a los efectos de marketing, que a la interpretación estética o cultural de las obras mismas. En tal sentido, aquí enfatiza el escándalo, la estridencia y la truculencia que caracterizan el trabajo del italiano residente en New York; el lector se queda con la duda acerca del real valor de Cattelan, fuera e independientemente –como dirían los marxistas ortodoxos– del escándalo o el espectáculo. Pero se trata de un artículo exquisitamente escrito. Escuchen la belleza y la gracia con que quedan dichas las siguientes ideas: “los verdugos del presente serán las estatuas derribadas del mañana. Y no todos acabarán exhibidos como reliquias escultóricas en prestigiosos museos donde el glamour se trueque con el perdón” (no. 4, p. 32). Mi reino por esa construcción; es muy buena, está muy bien escrita. O esta otra: “En ese pliegue ambiguo entre lo vasto y lo nimio, lo hierático y lo circense, se instalan muchos de sus gestos escultóricos, para imponerse como imágenes o perderse como ideas” (en la propia página). Agradezco a Héctor Antón que recuerde a sus colegas que si nuestro instrumento es la palabra, hay que usarla bien; pero, más que usarla, hay que gozarla, que disfrutarla. Los textos de Arte por Excelencias, concebidos, por fortuna, en los más dispares géneros periodísticos, deben suscitar el mismo placer que las poderosas imágenes publicitadas por la revista.

Otro monográfico de relieve es el que la curadora y crítica Dannys Montes de Oca dedica a Nadalito, cuya poética resulta evaluada por la especialista como una “fotografía de procesos mentales” (no. 5, p. 52). Dannys plantea que Nadal es un fotógrafo “no de lo real sino de realidades conceptuadas” (p. 56). Ésa es una reflexión aguda, que completa Montes de Oca con la legitimación del color en el trabajo de Nadal, cuando las prevenciones del contexto al respecto hubieran indicado lo contrario. Dannys llega lejos cuando explica que “Nadalito nos hablaba de un nuevo hombre cultural en la medida en que unificaba aspectos materiales, tecnológicos y poéticos del nuevo ser” (p. 54). Esta idea sobre el nuevo hombre cultural es magnífica, además de exacta.

Los textos consagrados a la arquitectura, que van de los perfiles de la casa habanera a las construcciones vernáculas de Caracas, tienen un momento muy especial en el tributo de Eduardo Luis Rodríguez y Emilie D’Orgeix a Hábitat 67, el conjunto doméstico canadiense ideado por el israelí Moshe Safdie como un ambiente, y cito a los autores, “casi de ciencia-ficción, con buena parte del mobiliario concebido integralmente como parte de la arquitectura” (no. 5, p. 80), en bloques que interactúan como dimensiones de una pintura cubista.

Noten, en lo anterior, la perspectiva multicultural que prefiere Arte por Excelencias: un israelí concibe para Montreal un conjunto que estudian autores de Cuba y de Canadá. Ese criterio relacional se mantiene todo el tiempo, dichosamente, en las páginas de la revista. Otro ejemplo: la escritora madrileña Reyes Cáceres alcanza a entender el peso de la grisura del cielo en Bogotá, cuando se lo explica a partir de las asociaciones posibles entre las fotografías del español Ricky Dávila y el poeta colombiano Dufay Bustamante. Esto sí que es interculturalidad, sin el mejor prejuicio. Por cierto, no sin acierto, Cáceres Molinero concluye que el nexo que entrelaza a ambos artistas de distintos ámbitos es el reino de la metáfora.

Son muchas las nociones que impactan en estas ediciones. La juventud del pensamiento de Julio Le Parc, cuando asegura que en el arte contemporáneo lo fundamental es la idea; o la cabal y consecuente consagración de Tomás Sánchez a la meditación y la unión del alma con Dios. La riqueza que consigue la publicación es alucinante. Artistas y textos de todas partes del continente, y más allá, sin desatender países tomados por periféricos en otras revistas. Quizás en posteriores números habría que visibilizar un poco más a Centroamérica; pero resulta impresionante el alcance geoestético y temático de la publicación. Es muy estimulante el cruce de voces, de interpretaciones sobre el arte y el mundo, que emana de esa concepción múltiple, interactuante, interesada en pensar América como un espacio democrático y complejo, sin exclusiones odiosas ni parcialidad hacia una u otra visión sobre las estéticas o la fluencia de la cultura en nuestros países.

En tal sentido, hay que resaltar la destreza del grupo Excelencias para saber negociar con profesionalidad y respeto. Excelencias hace valer su juicio, sin por ello interferir con impertinencia en los horizontes del espacio cultural cubano. El diálogo entre Excelencias y la UNEAC resulta emblemático de todo cuanto puede conseguir la cultura desde el rigor. En el éxito de la empresa no basta con mencionar a las instituciones sino también, con fuerza, a las personas. Cuando se recorre Arte por Excelencias se siente que David Mateo, uno de los mejores editores de Cuba, se halla por fin a sus anchas como editor, luego de valiosas experiencias como Lo que venga o Dédalo. Esta revista le brinda la holgura de medios que le permite entonces desplegar toda su sabiduría alrededor de las artes visuales. Mateo ratifica aquí que es un revistero nato, como el mismísimo Norberto Codina, alguien con el único defecto de no ser industrialista; pero bueno, nadie es perfecto. En uno de los números, Codina dedica un emotivo texto al fotógrafo mexicano Rodrigo Moya, creador con el mérito de resaltar el sentimiento en sus imágenes, justo cuando, extrañamente, la emoción parece un problema.

La asesoría de Frank Pérez guarda la proporción debida entre cautela y entusiasmo, exigencia y comprensión. El Consejo editorial es de primera línea. Tienen a la encantadora Charo Guerra, querida por todos, también en la edición. Charo clasifica entre los pocos editores cubanos capaces de entender que el editor es un colaborador del autor; no su tirano. Las secciones fijas son interesantes, necesarias, curiosas, incitantes. Y confiriéndole rostro a todos y a todo, R 10, quien con Arte por Excelencias ha dado muestras de una ductilidad tremenda, pues su minimalismo severo y de regusto germano ha sabido expandirse hacia una voluntad de seducción que no necesariamente es concesión al diseño americano ni mucho menos, sino un requerimiento indispensable en el mundo de hoy. De la misma manera que se puede ser zurdo y vivir en Guanabacoa; se pudo entrenar uno en Alemania y tentar al mundo entero. Eso hace hoy R 10 con Arte por Excelencias.

La ya gran revista va con los tiempos. Es impensable hoy una revista provinciana, aldeana, que no interactúe, que no dialogue con el Otro en forma calma y desprejuiciada, que no tome en cuenta la multiplicidad cultural. Arte por Excelencias acomete esa totalidad fragmentada –por decirlo de alguna forma– sin sensacionalismo, sin amarillismo, sin frivolidad. Demuestra que atractivo, dinámico y seductor no son antónimos de la seriedad que lleve a pensar en la responsabilidad del arte con sus entornos, con la hora actual que vive el mundo, con la complejidad de un desorden global con varias conquistas culturales, donde el sentimiento de pertenencia no desaparece, sino que, por el contrario, se enriquece y diversifica. ¿Cómo pensar esa complejidad? A juzgar por los números cuatro y cinco, Arte por Excelencias tiene el secreto.

De modo que, convencidos de su valía, degustemos ahora la cena y partamos raudos a apoyar emocionalmente a Industriales, porque una de las cosas que corrobora la publicación es que la cultura, visual o no, es cosa de todos los días. La cultura se necesita para respirar, para andar, para hacer el amor, para querer a un equipo de pelota, a un país; para hallar nuestro lugar en el mundo sin la vieja arrogancia de la comarca vanidosa.

Marzo y 30, de 2010 (En La Ferminia, La Habana, Cuba)