Pasar al contenido principal
Una Galería de Arte para todos
13December

Una Galería de Arte para todos

Por Ricardo Potts

 

¿Quién es María Porto, como comenzó en el arte y el coleccionismo?

Soy hija de un guionista de cine, que hoy es algo normal pero no durante mi niñez. Me eduqué en un mundo diferente para la época y he tenido una formación atípica en el sentido de que a los cinco años mi padre estaba escribiendo cine, rodando El Perro con Pilar Miró, hizo varias películas importantes y le dieron el Oso de Plata en Berlín. Se empeñó en que sus hijos se involucraran en carreras “serias” porque, aunque triunfó en la profesión, vivió unos años iniciales duros. Entonces estudié Derecho, pero en segundo año de carrera, cuando mis compañeros iban a la Audiencia Nacional a ver juicios, yo me iba a ver el Guernica.

 

Un día me llamaron de la Galería Marlborough, que entonces todavía no tenía locales en España, para ayudarles durante la Feria ARCO, y a partir de ese momento colaboré con ellos en todas las ediciones del evento. Cuando Marlborough decidió abrir una galería en Madrid, yo acababa de terminar la universidad. El Presidente Internacional, Pierre Levai, estaba muy contento con mi trabajo y me ofreció trabajar con él pero desde abajo: empezaría en la recepción de Marlborough.

 

Cuando llevaba 15 días trabajando, ya sabía que quería ser galerista. Pierre me dijo: “Serás la próxima directora de mi galería”. Yo tenía 22 años y pensé que era un señor muy educado pero, efectivamente, a los 26 años fui directora de toda la parte de gestión. Marlborough era una galería como son las empresas americanas, estuve en la recepción, en gráfica, aprendí a colgar, a iluminar y monté exposiciones. La primera fue en 1994, con Botero en la calle, y ahora cuando lo pienso digo: “Dios mío, cómo fue posible.”

 

A los 30 años fui la directora más joven en la historia de Marlborough, conocí a muchos artistas de renombre y a los 32 sentí que había tocado techo profesional. Estaba encantada con mi carrera en Marlborough, pero no podía quedarme estancada y tenía muchas inquietudes. Así que comencé por mi cuenta, monté Aqualium, una empresa dedicada fundamentalmente al arte público; comencé a hacer más exposiciones y asesorar como private dealer. Un buen día se cruzó en mi camino El Corte Inglés y, hablando de su tradición de hacer escaparates artísticos, surgió la idea de acercar el arte de primer nivel al gran público. Durante veinte años he sido galerista y algo habremos hecho mal porque hay un gran público que se nos está acercando, que tiene sensibilidad, que quiere comprar su primera obra y que no se atreve a entrar en una galería. Ahora El Corte Inglés les da la facilidad, en un entorno absolutamente cuidado, de acercase a los grandes artistas sin miedos y sin que nadie “les perdone la vida”.

 

¿Entonces, esos son los objetivos fundamentales de este espacio?

Precisamente, y todavía tenemos una trayectoria muy pequeñita porque un año en el mundo del arte no es nada. Estamos echando a andar juntos y me han dado todas las facilidades para llevar a cabo el proyecto. En la primera exposición pusimos una escultura de Gerardo Rueda, retrotrayéndonos al año 63, cuando se hicieron los primeros escaparates artísticos. Al principio me daba un poco de miedo acercarme a los artistas con esta idea, pero después de casi 22 años de trayectoria son todos amigos míos y os sorprendería la reacción tan maravillosa que tuvieron muchos de ellos a estos proyectos. Miquel Navarro, Gerardo Rueda… todos los grandes nos apoyaron. Creo que aquí hemos roto barreras, con un equipo maravilloso de licenciados en Bellas Artes y con una sensibilidad muy especial. A nadie tiene que darle vergüenza no distinguir un grabado de una litografía, estamos aquí para explicarlo.

 

Por ejemplo: estamos vendiendo grabados de Luis Gordillo, Premio Nacional 2011, a gente que nunca había adquirido una obra de arte. Los artistas pueden ver más allá de lo que son capaces de ver la mayoría de las personas y eso abre muchísimos caminos. Ojalá seamos capaces de transmitir a la gente eso que nos han dado cuando vean una gran obra de arte, aunque sea en una mínima parte. No pretendemos enseñar ni educar, eso sería pretencioso; simplemente queremos compartir experiencias con el gran público.

 

¿Por qué “El Garaje”?, ¿por qué artistas de diferentes generaciones y estilos? ¿Es la primera vez que se hace una exposición de grabados?

Las exposiciones son colectivas porque también nos interesa mostrar artistas desconocidos, que esto sea un escaparate de todo lo que está pasando. No queremos encasillarnos con los más consagrados, pretendemos que los artistas jóvenes tengan aquí también una plataforma donde exponer. ¿Y por qué un Garaje? Pues porque en Nueva York y Londres están utilizando naves industriales, garajes y otras instalaciones para exponer, de ahí la idea de hacer aquí un espacio más accesible, y así vamos rompiendo las últimas barreras, porque en un garaje entra todo el mundo y cabe absolutamente todo. Incluso hemos incluido una moto Harley para hacérselo más fácil al público más joven; aunque no vayan a comprar ahora, algún día lo harán porque te lo “llevas puesto” en la retina.

 

Hablando de la Harley y la señalética en este proyecto, inclusive la música, es como un Nueva York con onda retro

Claro, es un Nueva York con onda un poco años cincuenta-sesenta. Nos hemos permitido jugar un poco con la escenografía y el tiempo, como también estamos haciendo un recorrido artístico desde Miró, Antoni Tàpies, Saura, hasta los artistas más jóvenes; y otros como Larry Rivers, representante del pop art americano, a quien tuve el privilegio de conocer porque tuve una exposición suya en España cuando trabajaba en Marlborough. Al final me doy cuenta de que la gente tiene sensibilidad para las cosas bellas, para la música de los cincuenta, por ejemplo, o para una Harley, que es un objeto de culto para muchos.

 

Hay quienes vienen un fin de semana con sus hijos, los padres igual vienen a ver el Tàpies, y los niños, cuando están viendo la Harley, detrás tienen a Saura, y al final el ojo se educa viendo, no hay otra manera. Al final, cuando empiezas a ver arte histórico, comienzas a ver las referencias absolutas, porque todos van bebiendo de las fuentes anteriores.

 

Cinco artistas que salvaría usted en el Arca del Diluvio.

No te voy a decir ni uno sólo vivo. En artistas de cualquier época, me llevaría un Velázquez, un  Goya, los bisontes de Altamira donde hay un montón de referencias actuales, a Matisse por la esencia del resumen absoluto, y más acá a Freud porque es el desgarramiento y el sufrimiento del artista llevado al lienzo. Salvaría otros cinco, pero vamos a quedarnos aquí para que nadie se enfade. No se entiende la pintura de hoy sin Goya y sin Velázquez.

 

¿Cómo logras coordinar tantas cosas con tu vida personal?

Como casi todas las mujeres del siglo XXI, levantándonos a las 7 de la mañana, acostándonos a las 12 o la una y quedando mal siempre con alguien. El proyecto sigue creciendo, empezamos con este espacio aquí, en El Corte Inglés de Castellana, ya tenemos otro pequeño en Diagonal, en Barcelona, y la semana pasada abrimos en Puerto Banús. Pero yo tengo un privilegio, pues mi trabajo es mi pasión, y levantarme cada mañana no es ir a trabajar, sino a disfrutar. No te voy a decir que no llegue tarde, que los niños de vez en cuando me timen y me escondan los deberes… al final, como todas las mujeres. Pero es tanta la satisfacción personal y tanto me llena lo que hago que no podría vivir de otra manera.

 

Con todo, en el mundo del arte, en el comercio y el comisariado, somos muchas más mujeres, no sé si porque somos capaces de estar en varios sitios a la vez. Es verdad que tenemos sensibilidad para tratar con los artistas, que son personas especiales, que se examinan todos los días. Cuando me levanto por la mañana más o menos sé lo que tengo que hacer. En cambio, un artista se va diariamente a su estudio a enfrentarse a un lienzo o una hoja en blanco. Eso me produce un respeto enorme. Además, cada vez que hacen una exposición se siguen enfrentando a la crítica, se siguen desnudando con ese trabajo de cuatro o cinco años, incluso artistas ya muy conocidos. Me parece un trabajo tan de sufrimiento, tan de entrega, que lo encuentro admirable.

 

Digamos que no puede poner un límite claro entre la vida personal y el trabajo.

No lo pongo, porque llega el domingo y me llevo a mis chicos a ver Las Meninas por decimoctava vez. Es verdad que tuve la suerte, y lo repito siempre, de tener un padre maravilloso, que en mi casa se hacían tertulias de cine, que con cinco años mi padre me hablaba de la persistencia retiniana y los 24 fotogramas por segundo… nos despertó la curiosidad por absolutamente todo. Me han enseñado a vivir de una manera, y no sólo en mi profesión, porque me interesan la gastronomía, el arte, el periodismo, viajar… Necesitaría tres vidas para ver todo lo que me interesa. Lo que sí comprendo ahora que tengo 43 años es que la vida corre demasiado y cuanto más vivo más veo lo que me falta y lo que me voy a dejar en el tintero, aunque viva las 24 horas del día.

 

Sin duda, como dijo el filósofo, “a mayor conocimiento, mayor duda”. Precisamente, mirando desde atrás al presente con proyección de futuro, ¿qué se le ha quedado a María Porto entre tantas cosas que ha hecho y quisiera hacer todavía?

En el tintero se me han quedado muchas cosas, pero me gustaría hacer una exposición de Calder en la Gran Vía, por ejemplo. Me encantaría que las nuevas generaciones no le teman al arte. Una de las cosas que me han permitido en el Espacio de las Artes, y que es una locura que no se había hecho antes, es que los miércoles nos hemos traído un tórculo, un estampador y un artista y hemos puesto a grandes ejecutivos a entintar una plancha. Así han descubierto que para hacer un grabado primero un artista tiene que rayar una plancha, y a veces tres para dar tres colores diferentes. Porque hay cosas que los que estamos en este mundo damos por hechas, te vas cerrando en tu pequeño círculo y crees que todo el mundo sabe lo que tú sabes. Cosas como esta hacen que la gente valore más el arte y le pierda el miedo, para que todo el mundo pueda disfrutarlo.

 

¿Entonces, ése sería su superobjetivo?

Eso, que todo el mundo acabe disfrutando del arte, que sea realmente algo accesible a todos. En España todavía nos faltan cosas en ese tema, entre otras, una buena ley de mecenazgo, aunque eso no me incumbe a mí. Porque es verdad que, por ejemplo, en Estados Unidos tienen unos museos maravillosos, pero eso es más fácil cuando tienes grandes mecenas que donan sus colecciones que cuando depende del dinero del Estado que, además, en estos momentos, es muy complicado. Una buena ley de mecenazgo ayudaría a que la gente tenga interés en donar sus colecciones y a convencerlas para que devuelvan a la sociedad algo de lo que la sociedad les ha dado.