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Premios Excelencias: La excelencia de Frank Fernández
07January
Noticias

Premios Excelencias: La excelencia de Frank Fernández

Por: Jorge Fernández Era

 

El disco de mi juventud —siempre hay un disco que nos marca la existencia— fue Rabo de nube, del entonces treintañero Silvio Rodríguez. Nueve piezas —la que le da nombre y Testamento bastarían para hacerlo museable— conforman un álbum en que letra y música se unen para invitarnos a levantar «el recinto del pan y la verdad».

 

Con ese fonograma descubrí que, independientemente del talento en la interpretación del artista y de la calidad de las obras musicales, existía la orquestación y la producción, dos elementos sin los cuales un disco no se puede llamar tal. En Rabo de nube ambas responsabilidades corrieron a cargo del Maestro Frank Fernández.

 

Confirmé meses después, al escuchar completa la placa A Bayamo en coche, del conjunto sonero Son 14, también producida por él, que, definitivamente, el pianista, compositor y pedagogo está tocado por los dioses.

 

El lugar que ocupa como una de las cimeras personalidades de la pianística cubana —interpretando casi todos los géneros clásicos y populares—, reconocido por crítica y público de los más exigentes escenarios mundiales, le hubieran bastado para trascender épocas y tendencias. Pero ahí está como maestro de varias generaciones de pianistas y autor de clásicos para cine y televisión. Todavía estremecen las piezas que compuso para La gran rebelión, ese serial que hubiera quedado en el olvido de no ser por su música.

 

Hoy, que esperamos por la próxima entrega en La Habana y en la Feria Internacional de Turismo de Madrid (FITUR) de los Premios Excelencias 2015, recordamos cómo aplaudió el público el pasado año ese reconocimiento al Maestro de maestros, al hombre que desde su natal Mayarí se elevó para demostrar que intelectual y revolucionario son dos palabras unidas por antonomasia.

 

Un premio, ya se sabe, está sujeto como todo acto humano a millones de conjeturas, subjetividades y hasta polémicas. Pero este que se le entregó a Frank Fernández —y que me perdonen los vivos de mi felicidad— es de esos que deben escribirse con mayúsculas.