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Más que el aroma del café
16August
Artículos

Más que el aroma del café

Fue en el año 2011, en el Primer Congreso Nacional de Cafetaleros del Ecuador, coincidente con el quinto concurso La Taza de Oro, donde se eligió, como mejor producto de esta nación, el Café de Loja Premium, del tipo arábigo, que se cultiva en la zona de Cariamanga, a una altura de mil novecientos metros sobre el nivel del mar, en condiciones de clima y biodiversidad únicas. 

Dicen que fue la malaria, que azotó muy duro a la localidad, y también un terremoto devastador los motivos que hicieron trasladar el asentamiento original de la ciudad desde el Valle de Catamayo hasta su ubicación actual, en las montañas del sur de la sierra ecuatoriana, a dos mil sesenta metros sobre el nivel del mar, en el valle de Cuxibamba, donde hay una temperatura estable durante todo el año, entre los dieciséis y veintiséis grados centígrados, que deja la sensación de vivir en una eterna primavera, aun con sus lluvias de febrero a mayo, que nos regalan, en las tardes, el bello espectáculo del arcoíris.

Y en esa segunda inauguración de Loja, el 8 de diciembre de 1548, fue su refundador el capitán español Alonso de Mercadillo, natural de la ciudad española de Loja, en Granada. El nombre completo de la provincia es Inmaculada Concepción de Loja. Está bañada por los ríos Zamora, Malacatos y Jipiro, y es considerada la capital musical y cultural del Ecuador.

Son varios los acontecimientos históricos que la signaron de manera singular. Por ejemplo, Matilde Hidalgo de Prócel (1891-1974) fue la primera mujer en ejercer el voto en Ecuador y también en doctorarse en Medicina, el 21 de noviembre de 1921, en la Universidad de Quito, toda una pionera en la avanzada por los derechos de las féminas.

En el artículo «Loja, capital del arte y la cultura», del colega Carlos Jaramillo, publicado en El Comercio en 2014 en su sección de opinión, se expresa: «…cuatro lojanos asumieron la Presidencia de la República en diversas épocas y circunstancias políticas: Jerónimo Carrión, Javier Eguiguren, Isidro Ayora y Jamil Mahuad (…) compositores como Salvador Bustamante, Segundo Cueva Celi y Édgar Palacios han trascendido en el firmamento artístico nacional e internacional (…) intelectuales del prestigio de Benjamín Carrión, Pío Jaramillo, Pablo Palacio, Ángel F. Rojas, Miguel A. Aguirre, Carlos M. Espinosa, Pedro V. Falconí, Alejandro Carrión, Eduardo Mora M., Jorge H. Rengel, Miguel Riofrío (…) al igual que pintores famosos como Eduardo Kingman tienen sitio destacado en los fastos de la cultura y el arte» (https://www.elcomercio.com/opinion/loja-capital-arte-cultura.html).

Pero fue Loja, en 1897, la primera ciudad del Ecuador en usar la energía eléctrica, y aquí arrancó de puntera en algunas cuestiones, como la de tener un desarrollo denominado inteligente, respetando los recursos naturales y las construcciones originarias, además de contar con el Parque Eólico Villonaco, el mayor de los tres que posee Ecuador, a dos mil setecientos veinte metros sobre el nivel del mar, con once aerogeneradores de una altura de cien metros. «…Este proyecto pretende reducir las emisiones de dióxido de carbono a treinta y cinco mil toneladas al año y reducir el consumo de combustible a cuatro millones y medio de galones de diésel», según datos aportados por el sitio Loja City (https://lojacity.com/parque-eolico-loja/).

Mitos locales

Como todo pueblo que se respete, mantiene vivas sus historias de aparecidos. En Loja se funden algunas leyendas de la región, como la de la Llorona, mujer que al ser rechazada por tener su hijo fuera del matrimonio, decidió ahogarlo en el río. A partir de ese instante, muy arrepentida, gritaba desesperada que le devolvieran a la criatura. Cuentan que sale anegada en lágrimas, en forma de visión, ante aquellos que son malos padres o reniegan de sus descendientes.

Está también la fábula del camino de los ahorcados. En el entonces hospital Juan de Dios, un día una joven mamá llegó desamparada con su niña en brazos y fue acogida por las hermanas religiosas de la Caridad, dedicándose a la atención a los enfermos de lepra, pero con el tiempo murió. Su hija Ana María también creció y se educó en dicho hospital, donde laboraba como enfermera. A la edad de 26 años se enamoró de Luis Felipe, joven estudiante de Derecho. Ambos mantenían por costumbre el verse a diario en un sitio apartado, al pie de un acantilado, y allí se amaban y juraban amor eterno, pero la mala suerte llevó a que la muchacha se contagiara. Entonces corrió al lugar donde se veían todos los días, escribió una desesperada carta de despedida y luego se ahorcó. Al encontrarse el amado con el cadáver, la secundó en el suicidio. Quedaron así los dos cuerpos colgados al vacío, como prueba de un amor que aún después de la muerte continúa latiendo en las historias de la región.

Loja también tuvo su Robin Hood. A principios del pasado siglo, ante las penurias dadas por la desigualdad social y el dominio de los latifundios —controlados casi en su mayoría por solo tres familias: los Eguiguren, los Burneo y los Valdivieso—, la pobreza llegó a ser casi extrema. Un lojano blanco de piel, de pequeña estatura, cara redonda, nariz delgada y fina, ojos verdes y pelo claro rizado, llamado Naún Briones, nacido el 26 de noviembre de 1902 en Cangonamá, perteneciente al cantón Paltas, se dedicó a los asaltos y atracos a los poderosos y a repartir parte de su pillaje entre los desposeídos, a los que les hacía préstamos para sus adeudos, que después nunca cobraba. 

El 13 de enero de 1935, durante el gobierno del presidente constitucional José María Velasco Ibarra, finalmente Naún Briones fue acorralado en el interior de una cueva por las tropas del entonces mayor Deifilio Morocho. Lo mataron junto a dos de sus compinches. Hasta quedó la duda flotando en el ambiente sobre si ese día, ante el asedio y casi segura captura, él mismo se quitó la vida. Unas coplas populares aseveran: «Dijeron que lo mataron, / pero eso no sucedió, / los pobres aseguraron, / que él mismo se disparó. / En los cantones lojanos, / sin miedo camina aún, / tranquilo, valiente, ufano, / el bandolero Naún».

Dejemos esas historias de ultratumba y, junto con el mejor café ecuatoriano, hablemos sobre los platos típicos, como el delicioso repe lojano, que es una sopa preparada con guineo o banano verde, leche, quesillo o queso, y cilantro; o los tamales hechos de maíz seco remojado con manteca de cerdo y aliños, envueltos en hoja de achira y rellenos con carne de chanco o de pollo; o el cuy asado, adobado con ajo y comino, cocido a la brasa, bañándolo frecuentemente con manteca de achiote, para servirlo acompañado con papa colorada, mote y unas frescas lechugas.

Quizás la herencia más significativa de esta tierra son sus pobladores, personas cultas que usan el idioma español con la pronunciación bien diferenciada de los sonidos de la erre y la ye, y que, por naturaleza, son muy devotos religiosos y aventureros. Por ello están diseminados por doquier, y la forma de hablar siempre delata su procedencia. Gentes afables, cariñosas, solidarias. De aquí dos frases populares que están en la misma esencia de sus existencias: «Quien no conoce Loja, no conoce el Ecuador» y «Es un orgullo ser ecuatoriano, pero un privilegio ser lojano».