No toda experiencia estética con las artes visuales requiere desplazamiento ni presencia física en museos o galerías. Las fiestas navideñas, vividas en el espacio doméstico, permiten una relación distinta con imágenes que han marcado la historia del arte.
Los grandes pintores del Renacimiento —Leonardo, Velázquez, Vermeer— ofrecen obras que admiten una contemplación lenta y reiterada. Mirar La encajera o La joven de la perla no es un acto rápido: es un ejercicio de atención a la luz, al gesto mínimo, a lo no dicho.
La pintura moderna abre otros registros. Las escenas domésticas de Edward Hopper, por ejemplo, dialogan de forma inquietante con la soledad contemporánea. Las naturalezas muertas de Giorgio Morandi enseñan que lo aparentemente insignificante puede contener una intensidad silenciosa.
También el cine, entendido como arte visual, encuentra aquí un lugar privilegiado. Revisitar a Andrei Tarkovski, Ingmar Bergman o Abbas Kiarostami durante las fiestas no es un acto nostálgico, sino una apuesta por un cine que exige tiempo, reflexión y sensibilidad.
Hoy, las reproducciones digitales, los archivos abiertos y las filmotecas en línea permiten acceder a estas obras sin mediaciones comerciales agresivas. El desafío no es el acceso, sino la disposición.
Mirar arte en Navidad es aceptar que la contemplación también es una forma de celebración: una manera de restituir profundidad, silencio y sentido a un tiempo que suele quedar reducido a la superficie.
En portada: La joven de la perla o Muchacha con turbante, obra maestra del pintor neerlandés Johannes Vermeer
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