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La cosecha
04April

La cosecha

Luego de haber obtenido varios premios en salones provinciales y nacionales, el artista Juan Carlos Rodríguez Valdés (Cuba, 1968) ha sido invitado a participar en la X Bienal de La Habana. La cosecha es el título del proyecto con que el artista pinareño decidió responder a la solicitud de los curadores del Centro de Arte Contemporáneo “Wifredo Lam”.

¿Éste es un proyecto realizado expresamente para la X Bienal?
La obra “La cosecha”, está compuesta por tres piezas: “Dolor y luna” (2007), “Susurro” (2009), y “Ofrenda” (2009). El proyecto fue concebido en realidad en el año 2003, pero como estaba haciendo otras cosas lo fui relegando hasta que lo comencé a desarrollar de nuevo, gracias a una beca que me otorgó el espacio Aglutinador que dirige Sandra Ceballos. Al Centro “Wifredo Lam” le interesó la propuesta y me invitaron a que lo expusiera en la X Bienal.
Se titula La cosecha por varias razones: una de ellas es que yo vengo de una zona del campo, en la que, como una especie de ritual, todos los años se va a cultivar y a cosechar la tierra, lo que no implica que al final se obtenga el fruto porque pude haber desastres naturales, sequías, lluvias…, pero sí hay un proceso de trabajo, de sacrificio en aras de obtener algo que se traduce en alimento físico para subsistir y mantener una familia. Esa tradición me ha acompañado durante toda la vida, desde muy niño, incluso cuando me gradué, en pleno período especial, tuve que ir a ayudar a mis padres para poder subsistir. Eso por un lado, por el otro creo que la cosecha también está en todo aquello que he ido experimentando en mi vida: el estudio, el conocimiento, las vivencias personales, el desarrollo artístico.
Las obras que la componen son de grandes formatos; siempre hay una gran lona donde hay pegado paja de arroz, polvo de carbón o tierra, componentes de la Vega de Chepe donde trabaja mi familia… Chepe es un señor viejo propietario de las tierras donde labora mi familia y, por tradición, las nuevas generaciones han ido manteniendo siempre las mismas parcelas en ella para cosechar el maíz, el arroz, frijoles, tomates, productos agrícolas característicos de mi provincia, Pinar del Río.

En las obras hay una especie de memoria o evocación…
Sí, efectivamente, mis obras remiten a una evocación nostálgica de la niñez. Yo recuerdo que cuando me paraba frente a las tierras aradas, siempre tenía la sensación de que era algo pequeñito dentro de un espacio infinito que me sobrepasaba. Cuando llegaba la época del arroz el campo se veía como esos trigales que vemos en las películas, hechos de un solo plano dorado. Esas imágenes quedaron con el tiempo contenidas, y llegó un momento en el que los objetos del campo dentro de esos grandes campos que uso, me indujeron un diálogo simbólico entre lo finito e infinito. Pero también pienso que en el fondo mis obras son muy místicas, con algo de antropológico, filosófico y también poético… Cuando te digo místicas es en un sentido de unión, y por eso las piezas son muy contenidas, y el nivel de abstracción está dado sobre todo por buscar esa unión con algo que te trasciende y que yo le llamo “el misterio”. Para mí la tierra es un misterio, un misterio dador. Creo que la gran sabiduría del campesino es la de cosechar para mantener a su familia. Ese misterio que trasciende lo existencial lo veo simbolizado en la tierra y todo lo que viene de ella. Por eso los objetos que tienen más de un siglo: ruedas, piedras de moler maíz… Alguien me ha dicho que por el misterio o lo sagrado de sus composiciones, algunas de mis obras parecen jardines japoneses sobre la pared.

¿Qué representa para ti el haber sido invitado a esta X Bienal de La Habana?
No hice las piezas para la Bienal de La Habana y mucho menos pensando en las temáticas de esta décima edición, donde se abordan disyuntivas como la globalización y la resistencia. Yo siempre hago mis proyectos al margen de lo que esté sucediendo. Tuve la suerte de que me invitaran, que pensaran que mis piezas pueden estar dentro del slogan que se empleó, pero bueno ésa es una decisión que pueden avalar mejor que yo los curadores… Siempre he pensado que el arte es para mí un camino, un fluir en la vida y así lo asocio todo, si te das cuenta los materiales son materiales en proceso y en relación de dependencia: la madera da el carbón y el carbón permite alimentarte, se trata de elementos que remiten a un alimento físico pero también espiritual.

Acabas de ser elegido director del Museo de Arte de Pinar del Río. ¿Cómo has asumido la nueva responsabilidad y qué planes tienes para la institución?
Primero he sentido un gran susto, luego el susto se multiplicó cuando entre y vi que los ciclones se habían llevado parte del techo del centro y el agua entraba en el almacén donde estaban todas las piezas. En ese momento me dije: qué problema, acabo de entrar y ya se están deteriorando las colecciones. Da la casualidad que asumí el cargo incluso un día de mi cumpleaños. El mundo está lleno de casualidades increíbles… Pero bueno, ya le he ido tomando el pulso a mi gestión. No te niego que me saca del ritmo habitual de creación, pero me estoy esforzando por mantener lo que inició el anterior director, Montesinos; él dejo las tablas calientes como se dice en el argot cubano. Después de reparar el techo hicimos una exposición con los premios Cubaneo que otorga el artista Pedro Pablo Oliva, también exhibimos obras de Elvis Celles, Ibrahim Miranda, Luis Gómez, Tania Bruguera. Para este año tenemos a Juan Miguel Suárez y Santiago Rodríguez Olazábal. Tenemos previstos espacios de conferencias, ciclos de cine contemporáneo pensados en correspondencia con las exposiciones del programa. Hay un ritmo de trabajo muy intenso, mañana, tarde y noche. Por mí no va a quedar, ese Museo va a seguir adelante en sus proyectos y con todo la dignidad que seamos capaces de imprimirle.