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Tres décadas subiendo y bajando lomas
28January
Artículos

Tres décadas subiendo y bajando lomas

Entre las cosas más hermosas que he hecho en la vida está haber participado varias veces en la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa, el más importante proyecto teatral de acción comunitaria en Cuba, que este 2020 estará cumpliendo treinta años de fundado. Cada 28 de enero, los teatristas cubanos y extranjeros salen desde el parque Martí de la ciudad del Guaso a las serranías que recorren con sus obras durante treinta y cuatro días de vida en campaña.

El evento, apoyado por las instituciones territoriales, se desarrolla en la provincia más montañosa del país, pues solo el veintitrés por ciento de su territorio es llano. Cada año los cruzados viajan por una Cuba profunda, haciendo teatro y descubriendo las maravillas naturales de Manuel Tames, Imías, Yateras, San Antonio del Sur, Maisí y Baracoa. Las comunidades que integran el recorrido son aproximadamente doscientas diez, y el público unos sesenta y cinco mil espectadores.

Cuentan los fundadores que la idea se le ocurrió al actor Carlos Alberto en medio de un entrenamiento en Teatro Esopo. Los otros actores del grupo se enamoraron de la aventura y salieron por primera vez el 28 de enero de 1991, en homenaje al nacimiento de José Martí. En poco tiempo, aún en pleno período especial y condiciones muy precarias, la Cruzada se convirtió en una tradición que, hasta hoy, mantiene viva la pasión por el teatro en la montaña.

Cuando uno sale hoy del Parque Martí, hay que pensar en los cruzados de aquella época, esos que pernoctaban a la orilla de los ríos, que caminaban hasta cuatro horas para llegar a los lugares donde harían la función, que dormían sobre frazadas y, cuando el frío les apretaba, tenían que envolverse los pies en periódicos y acostarse muy juntos para entrar en calor. Hay que pensar con orgullo en los viejos cruzados que pasaban hambre y frío, pero al día siguiente salían a actuar con amor y con bomba.

 

Cruzada teatral

 

Para mí, lo mejor de la Cruzada es, al mismo tiempo, lo más duro: su carácter itinerante. Puede ser que estemos en un sitio muy húmedo, y al día siguiente lleguemos a un semidesierto, porque la región donde más llueve en el país está en Guantánamo, y también la de mayor sequía.

En la Cruzada se duerme en escuelas, casas de cultura, campamentos de pioneros, salas de video o las casas de los pobladores. A veces se duerme entre los mosquitos, el frío, las ranas, las cucarachas, el calor, el polvo, la humedad, las arañas y cuanta cosa rara le dé por aparecer en aquellos extraños sitios.

A algunos lugares, por las condiciones del terreno, hay que ir a pie, a caballo, en mulo, en carreta de bueyes, en volanta o en tractor, pero la mayoría del recorrido se hace en camión. Cada día se sale temprano en la mañana y se realizan alrededor de seis o siete funciones simultáneas en diferentes poblados.

Mientras yo me sorprendo por primera vez con paisajes increíbles, los pobladores de las serranías guantanameras llevan veintiocho años viendo obras de diferentes géneros y estilos. Puede ser que un campesino en Los Ciguatos, Tribilín o Barrancadero haya visto más teatro que un muchacho de El Vedado. Además de un público entrenado y culto, la experiencia de casi tres décadas de intercambio ha generado un movimiento importante en torno al arte y el teatro en la montaña.

 

Cruzada Teatral

 

Muchos niños que vieron la Cruzada durante su infancia estudiaron luego en las Escuelas de Instructores de Arte. Hoy, algunos de ellos son los que lideran proyectos socioculturales en las comunidades más intrincadas. Mientras los cruzados pasan una vez al año y dejan grabado en la memoria de la gente un día de emoción, en La Clarita se queda el Teatro Campesino Monteverde; en Chafarinas, el Proyecto Arcoíris; en Yateras, El Amor Toca a tu Puerta; y en Palma Clara, La Flor del Café. Y así, en otros sitios de la montaña, van quedando los hijos de la Cruzada, nacidos del trabajo de los instructores de arte y los promotores culturales, quienes se encargan de ejercitar la alegría y enseñar a los niños el changüí, el nengón, la puntillita y el quiribá.

Los cruzados son gente de buen corazón, porque no se puede hacer la travesía sin amor, sin la seguridad de hacer crecer a otros con una canción, con un poema. Solo se puede continuar la obra de la Cruzada si se cree firmemente en ella, en su utilidad y en su valor real, ese que no se contabiliza ni se registra en una cámara y que, seguramente, tampoco puedo describir en este relato, mezcla de materia y memoria.

La Cruzada es, para mí, una obra de fe, otra apuesta por un mundo mejor, un verdadero homenaje al Apóstol y a su fórmula del amor triunfante: «Con todos y para el bien de todos». Es el tributo sencillo y puro de un abrazo y una flor silvestre en su pedestal que, aún después de treinta años, se mantiene hermosa y viva.