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Lo local y lo global: hibridez y traducción interculturales
01April

Lo local y lo global: hibridez y traducción interculturales

1. ¿Qué valor de inscripción asignarle a lo “local” (lo latinoamericano) en un paisaje transfronterizo de signos globalizados, que ha reemplazado a los símbolos fieles del arraigo y la pertenencia por la movilidad y la desterritorialización?

Existe una forma de entender la defensa de lo local –en respuesta a las amenazas de la globalización– como un temor reactivo frente a la disolución de los grandes relatos de la duración, la estabilidad y la coherencia que protegían a las identidades y las tradiciones homogéneas de antes.

Pensado así, lo local puede convertirse en el refugio nostálgico de la pureza de una cultura originaria que debería ser preservada, románticamente, de las contaminaciones de signos que exacerban los tráficos de la globalización. Pero otra forma de entender lo local –ya no como la derivación natural de una territorialidad de origen– puede plantearse como una localización táctica y una diferencia situada: lo local como marca y posicionamiento crítico, que rescata la especificidad del contexto, pero a través de las fisuras y los descalces que se producen entre lo globalizante y lo microdiferenciado. Ésta es la reivindicación crítica de lo local que permite moverse entre los pliegues de la globalización, combatiendo sus metaenunciados desde una singularidad de referenciación contextualmente activa.

2. La globalización intercultural tiene a la hibridez como palabra-código, para designar la mezcla y el reciclaje de fragmentos de culturas e identidades que circulan, de manera translocalizada, por las redes simbólicas y comunicativas de la economía-mundo.
Tal como lo relata el mismo Néstor García Canclini a propósito de su influyente libro Culturas híbridas, el concepto de hibridez surgió para caracterizar la experiencia disjunta de una modernidad latinoamericana basada en la multiestratificación temporal de procesos de incrustación, superposición y desensamblaje, que hacen chocar los signos de identidad y pertenencia continentales (tradiciones autóctonas y memorias de la colonización) con la velocidad de desarraigo de los flujos metropolitanos del capitalismo transnacional. El beneficio teórico del concepto de hibridez radica en su efecto desustancializador. El concepto de hibridez ha servido para abrir los rígidos binarismos de antes (modernidad/tradición, cosmopolitismo/regionalismo, desarrollo/subdesarrollo, imperialismo/antimperialismo, etcétera) a la fluidez de nuevos sistemas de préstamos interculturales entre territorios e identidades móviles.

La relación entre globalización e hibridez pasa por la problemática de la traducción cultural. La traducción cultural es el juego de desinscripciones y reinscripciones de significados (artísticos y otros) que son trasladados de una cadena de signos a otra, de una matriz de cultura e identidad a otra, mediante procesos de conversión de lenguajes.

La traducción Norte/Sur se ha basado tradicionalmente en que la jerarquía del centro condena a la periferia a los efectos miméticos de una recepción pasiva. Sin embargo, siempre ocurren, en el interior de los procesos de traducción cultural, disconexiones violentas entre la matriz de asignación hegemónica del sentido por un lado y, por el otro, la materialidad específica de los contextos locales que se rebelan contra la univocidad de su captura homogeneizante en el lenguaje de referencia y conversión internacionales. Estas disconexiones violentas entre lo global y lo local testimonian la potencialidad rebelde del in situ que no se resigna a la conversión uniforme de los signos a un solo sistema de traslación hegemónica del valor cultural. Esta potencialidad rebelde del in situ desata luchas de identificación entre los significados antagónicos de los textos de la cultura que se mantienen así en constantes disputas de apropiaciones globales y de contraapropiaciones locales.

3. Ya sabemos que las nuevas formas globales de soberanía capitalista dibujan una cartografía del poder económico-cultural en la que éste ya no se agencia desde un foco central, sino a través de una red multicentrada, cuyas segmentaciones dispersas de flujos transversales impiden que centro y periferia sean aún considerados como localizaciones fijas y polaridades contrarias, enfrentados entre sí de forma rígida por antagonismos lineales. Se ha desimplificado la macrooposición centro/periferia que guiaba emblemáticamente la tradición identitaria anticolonialista y antiimperialista del “ser latinoamericano”. Pero la dominante capitalista sigue generando asimetrías de poder que reparten de manera desigual las claves de acceso de lo local a las redes globales de acumulación y transacción del valor (y privilegio) de los signos. La no-saturación uniforme de lo global salva a los pliegues internos de lo local de subsumirse en la condensación homogénea del sentido. La heterogeneidad de lo periférico-latinoamericano le otorga la ventaja simbólica y política de poder comportarse como una localización intermedia: una localización no saturada por completo por el centro como único foco soberano de absoluta irradiación del sentido; una localización que, en tanto intermedia, se resiste a ser naturalizada como aquella diferencia originaria que establece en contraposición absoluta con lo metropolitano. Lo periférico-intersticial de esta “localización incierta” (García Canclini) es una vibración que interfiere de manera crítica con una doble tendencia metropolitana: 1) la tendencia a reificar las identidades mediante la canonización del centro como origen pleno de la autoridad del sentido, y 2) la tendencia –inversa– a hacer primordial la otredad por medio del exotismo y la folclorización de la diferencia.

4. A. Appadurai dice que “entiende lo local como algo relacional y contextual, en vez de algo espacial o una mera cuestión de escala”. Si lo local es relacionalidad y contextualidad, es decir, si lo local es delimitación y, a la vez, puesta en tensión de los límites, los movimientos que lo formulan tienen más que ver con la deslocalización y la relocalización que con la espacialización. La deslocalización y la relocalización de los signos son recursos variables que le sirven a la periferia para recordarles a las supremacías culturales que ni lo abstracto-general de lo universal ni lo global-homogéneo de lo mundializado están definitivamente a salvo del efecto dislocante de lo concreto-singular y de lo material-específico de lo local.

Si bien lo global tiende a sintetizar el orden de la mundialización homogeneizante, lo local no es la otredad absoluta de esta homogeneización forzada. Y eso porque la relación entre lo global y lo local depende siempre de una “interacción fluida e incierta” (A. Appadurai), cuyos bordes se modifican permanentemente bajo la presión heterogénea de múltiples e imprevisibles alteraciones de contextos. Las relaciones entre lo global y lo local proceden mediante simultaneizaciones y desfases, conectividad y saltos, desbordes y contención de flujos, cuyos procesos se interrumpen unos a otros, haciendo que lo global y lo local –como términos inestables– nunca puedan quedar fijados en el interior de una simple contraposición binaria. Lo local designa la tensión irresuelta de un entre lugar fluctuante que surge de las discontinuidades de lo global. Al ser así, lo local no puede autoafirmarse como una territorialidad satisfecha ni como el soporte originariamente dado de una cultura que expresa de manera “natural” identidades de resistencia u oposición a la globalización metropolitana.

La localización móvil de la periferia latinoamericana es, más bien, una zona fluctuante e intersticial de desplazamientos y emplazamientos del sentido que usa la oblicuidad táctica del pliegue, del repliegue y del despliegue para accidentar temporalmente los engranajes de saturación uniforme de la globalización metropolitana. Lo intersticial-periférico de lo latinoamericano es entonces el modo que ocupa lo local para realizar disyunciones de contextos que agudizan las contradicciones internas de la globalización entre homogeneidad y heterogeneidad, entre nivelamiento y reestratificaciones, entre desmaterialización histórica y corporeidad viva, entre máquinas de abstracción y singularizaciones intensivas, entre vaciamiento del sentido e incapturabilidad de la experiencia.

5. La intersticialidad periférica de lo local genera rebeldías de signos en el interior del mercado globalizado de la diversidad cultural, gracias a la estratagema de lo que James Clifford llama la “traducción imperfecta”. La traducción imperfecta es una traducción que exalta la capacidad irruptiva y disruptiva de aquellos materiales venidos de localizaciones concretas, cuya procedencia es extranjera al idioma metropolitano del consenso internacional y que, al verse hablados por dicho idioma, entran en franca discrepancia con la tendencia globalista a que todas las disimilitudes sean niveladas por el mismo collage plano de la interculturalidad. Las traducciones imperfectas que se dan entre contextos distintos y distantes batallan contra una globalización tendencialmente integradora. Llenan los textos culturales de lo latinoamericano de asperezas y disonancias, apostando a que alguna huella refractaria –negatividad, excedente, residuo, fisura, impureza– no se deje nunca atrapar del todo por el discurso relativista de la asimilación cultural.